Karla y perro de la abuela Categoría de Mi Vida Salvaje

Esta vez, se queda conmigo

“¿Qué haces con ese perro en el lavabo!?” fueron los gritos de mi mamá cuando me sorprendió en el cuarto de lavado con un perrito lleno de pulgas y un alambre amarrado en su cuello. Lo encontré en la calle y lo agarré sin dudarlo para llevarlo a casa y meterlo a escondidas. El plan no funcionó y a los pocos minutos el perrito tuvo que ser entregado al primer ser humano que pasara por la casa.

Ejemplos así, tengo muchos. He rescatado cachorros metidos en la cajuela de un auto en el centro histórico de Querétaro con todo un operativo que incluyó policías, vecinos, reporteros y la Sociedad Protectora de Animales, hasta a una perrita con garrapatas que le chupaban la sangre de su lomo en plena Avenida Kabah, Cancún.

Los perros son para mi, desde niña, seres muy especiales. En mi adolescencia tuvimos tres Pastor Alemán en diferentes épocas. El primero se escapó de casa mientras estábamos de vacaciones y a la persona a la que se lo encargamos se le escapó. Recuerdo haber pegado anuncios por toda la colonia y llorarle durante semanas. El segundo falleció por una enfermedad que el veterinario nunca pudo curar y el tercero se fue de mi vida al divorciarse mis papás. Estas tres pérdidas fueron muy significativas para mi. Algunas fueron expresadas, otras no. Pero todas las sentí igual de profundas.

Karla y perro de la abuela

Karla y el perro de su abuela

Adopción número 1

Cuando comencé mi vida laboral, llegó a mi vida una perra a la que le di el nombre de Maha. La conocí durante mis años en Guadalajara. Una amiga la encontró en la calle y la tenía en su negocio. Mi novio de ese entonces y yo decidimos llevarla a casa para ver si se acoplaba a nosotros. A los 10 días estaba completamente instalada y se sintió tan, pero tan cómoda, que reveló un vientre tan grande que inmediatamente la llevamos al veterinario. Estaba esperando a 7 cachorros que un mes después nacieron abajo de la cama.

Me hubieran visto corriendo por todo el departamento con el teléfono en la mano llamando a mi novio y al veterinario. Jamás había visto el parto de una perra y estaba realmente asustada. No sabía qué hacer hasta que el veterinario me tranquilizó y me dijo: “No hagas nada. Ella sola sabe. Únicamente necesito que estés monitoreando el tiempo que pasa entre el nacimiento de uno y otro”.

Un par de años después, ese noviazgo llegó a su fin y junto con él, mi mudanza a Playa del Carmen. Por el bien de Maha, decidí dejarla con mi ahora ex novio. Trece años después, sigo convencida de haber tomado la mejor decisión. En esa etapa de mi vida no tenía ni para pagar mi propia comida, pero esa es otra historia.

Adopción número 2

Tocaron a mi puerta con un perrito idéntico a Bolt, el personaje de la película animada de Disney. Lo único que le faltaba era el rayito en su traserito.

“Vecina, acabamos de descubrir que nuestra hija sufre de asma y no podemos tener al perro. Lo queremos regalar, pero antes de ofrecerlo, quería saber si lo quieren ustedes porque pues, sabemos que te gusta mucho”, dijo mi vecino.

Acepté sin haberlo consultado con la persona con la que estaba en ese momento y así fue como Justin (el nombre del perrito) fue inmediatamente re bautizado como Bolt. Es el perro más simpático que he conocido y hoy, tres años después de haberlo dejado con esa persona, sigo pensando que nuevamente fue la mejor decisión. El perrito tenía una conexión muy especial con los hijos de este señor y no podía quitárselos.

Round 2 en Playa del Carmen

Hace 3 años empaqué mis maletas, mi equipo de buceo, y dejé a Querétaro, a Bolt y a una persona extremadamente tóxica para mudarme a Cancún. Durante dos años trabajé en el Museo Subacuático de Arte y desde hace un año estoy en Playa del Carmen.

(Por cierto, encuentro muy curioso que mis dos únicas relaciones hayan terminado con dos cosas en común: yo sin perro y en el Estado de Quintana Roo…)

Desde hace 3 años he querido adoptar pero en mi mente aparecían las siguientes preguntas:

  1. ¿Tienes tiempo?
  2. ¿Tienes el espacio?
  3. ¿Tienes el dinero suficiente?
  4. ¿Estás dispuesta a compartir con alguien tu espacio?
  5. ¿Qué vas a hacer cuando viajes? ¡Y no digas que encargarlo a una vecina!

Y fue así como transcurrieron 3 años en los que me dije no estar lista, no tener tiempo, no tener el dinero, no tener las ganas de compartir mi espacio y mucho menos dejar a mi perro con una vecina.

Todas esas palabras desvanecieron hace un mes, después de ver la extraordinaria película Isle of Dogs, de Wes Anderson, en el Parque La Ceiba. No hablaré de la película porque nada de lo que yo diga se acerca a la magia que causó en mi alma. Solo diré que salí con unos inmensos deseos de adoptar…

(Continuará…)

 

 

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